Continentes de emoción
Tras sus anteriores exposiciones en Gijón, en 1999, Amancio González no ha cesado de crear, con más intensidad que nunca, patentando una trayectoria fiel a sus inquietudes. Ya ha cumplido una década de actividad artística, y hace ocho años que presentó en Asturias sus primeros trabajos. Ahora, dedicado en cuerpo y alma a la escultura, se ha multiplicado en loor de piedras, hierros y maderas. Así, en 2001, cuatro muestras individuales en salas de León, Madrid y Alicante han precedido a la actual, que ocupa estos días la galería Cornión, donde podemos disfrutar su evolución y comprender el porqué de sus trabajos.
Honestidad, compromiso con el presente y respeto por el pasado dominan el posicionamiento ético de Amancio, cuya estética sigue ligada a la figura humana, que le sirve como pretexto para dialogar íntimamente con la materia, escuchando sus vibraciones. Cada pieza alberga un universo de sugerencias que definen sus horas, en la soledad del taller.
Pero, sobrada de oficio, la escultura de Amancio es mucho más que eso. Sus sólidos bloques se nutren de rasgos genuinos, fundiendo tradición y contemporaneidad, en un homenaje a la historia, bajo una óptica instruída y proyectada en libertades. Los métodos que emplea sirven como campo de experimentación a su complejo laboratorio iconográfico, reflexivo y audaz, bajo guiños irónicos cuya esencia final es, antes que nada, el espacio. El tema es una excusa; un fruto que ha germinado tras ese sereno coloquio entre el artista y sus armas - nogales, cedros, pinos, perales, chopos, olmos, cipreses, manzanos, motosierras, gubias, formones, azuelas, lijas, de infinitos matices. El constructor de pirámides, el hombre araña, las dos figuras sentadas en extrañas circunstancias o los protagonistas de su danza maligna no son más -ni menos- que atractivos volúmenes, dramáticos o mordaces, cuya síntesis traduce la vigorosidad del autor. Masas impactantes. Continentes de un sueño que no cesa.
Y más adentro, tales masas son también una declaración de contenidos. Las formas actúan como conceptos, registros que resuelven problemas; génesis tridimensionales, repletas de energía, que dependen de las tensiones entre el núcleo invisible de la obra y los impulsos que la mueven. No importa tanto lo visible como lo invisible: ese sentido totémico, de implicaciones místicas, que uno puede detectar a través de caricias, silencios y preguntas, paseando alrededor de la escultura.
Para transformar nuestra experiencia visual en emoción pura, Amancio se vale de un lenguaje de ida y vuelta, a modo de convite o sugerencia, invitándonos a penetrar entre las vetas, las sombras, las oquedades de la madera y sus nudos que, desnudos, son venerados por el escultor. Amancio, devoto de la vida, deja que los troncos se manifiesten naturalmente, logrando que respiremos su magia primitiva.
La autonomía plástica de estos trabajos nos remiten al clasicismo, la rigurosidad, el orden, el hallazgo de la belleza,y la conquista de armonías.
Pero la osadía de sus soluciones va más allá del arte como espejo porque, para Amancio, reflejar la naturaleza es disminuirla. Su arte no sale de la chistera del subconsciente, ni de maneras surrealistas, ni tampoco de objetualidades metafísicas. Es, básicamente, fuerza, inherente a cada centímetro de materia. Y es también racionalidad y expresión, revelaciones como posos de un juego entre lo telúrico y lo fantástico.
A pequeña escala, cerca de las superficies de madera, anidan las palpitaciones del autor. Contemplando las esculturas de cerca podemos hallar las dudas, el tormento facial, las miradas perdidas de estos seres anónimos. Descubrir los gestos fugaces de Amancio, que describen la arquitectura corporal de las figuras, imbuídas de pena, levitando o tratando de incorporarse, metafóricamente, para reclamar su debilidad, orgullosas, a través de ampulosos músculos que simulan fortaleza.
Si recorremos pausadamente la exposición, podemos planteamos otros problemas plásticos, más o menos personalizados. El misterio de la luz, del hombre y su existencia es razonado por cada temperamento de distinta manera. Por eso, al pensar la madera, el escultor funciona como un labrador cuando surca la tierra. Su trabajo no es un fin, sino un medio. Alguien dijo que la escultura es un modo de expresión para dar modos concretos al pensamiento.
Convencido de sus cimientos, Amancio afirma perseguir la verdad. Pero su verdad no es una obra maestra, sino algo límpio y coherente que -dice- no le llegará hasta los sesenta años.
Rechaza, además, la necesidad de materiales revolucionarios, porque hace más de quince mil años que la madera y la piedra sirven para apagar la sed de la emoción artística. Para él, llegar a las formas perfectas es inútil. La esfera y el cubo ya están inventados. La energía para seguir esculpiendo parte, pues, de su entusiasta búsqueda de nuevos imposibles.
Ángel Antonio Rodriguez
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