COMO artista, como creador, observo que mis obras plásticas se desarrollan en dos direcciones, dos tendencias. Por un lado, el impulso de entrega al caos que representa toda obra en blanco, tal vez con la esperanza secreta de hacer brillar la luz, de recrear la materia, lo sin forma, de subyugar las fuerzas vitales, de recrear el pequeño mundo del soporte aún vacío.
Me sumerjo entonces en un proceso creativo-destructivo, en una lucha instintiva, vital, en la que, de lo amorfo ha de surgir lo inesperado, lo que mi ser más interior esconde y aún no es visible para mi.
Frente a este concepto visceral del arte, me enfrento, igualmente, a lo que, tal vez, puede ser considerado como una visión antagónica de lo expuesto, esto es, en una posición en la que como artista no pretendo en modo alguno subyugar, dominar la materia, sino ver en todo el proceso creativo un reflejo de mi propio ser como entidad microcósmica inmersa en un cosmos y un macrocosmos. Es ésta, probablemente, una visión taoista del arte, o, por no salir de nuestro entorno europeo, una visión "alquimista" del arte. Desde esta concepción, las transformaciones que se operan en el soporte pictórico tienen su reflejo -si no origen- en mi propio ser. El papel o el lienzo en blanco es por ello representación del "vacío originario" del estado anterior a la formación de toda materia, y sobre él, cada línea, cada pincelada, es un impulso que pone fuerzas en movimiento, hasta que, en un momento dado, creo alcanzar nuevamente "el silencio" (el fin de la obra"). Pero, evidentemente, se trata ahora de un grado superior de silencio. Al igual que el alquimista de la Edad Media transmutaba su propia alma al tiempo que los metales bullían en el atanor, a través de la creación artística, entro en comunicación con niveles más profundos de mi ser, lo que, por otra parte, me permite abarcar la realidad que me rodea con una visión más personal.
Desde esta concepción, considero que un arte que aspire a lo universal, debe de ser un arte regido tanto por la razón como por los sentidos. Como seres humanos somos más o menos conscientes de existir, de ocupar y habitar un entorno, gracias al canal de los sentidos. Sin embargo, es a través de la razón como podemos globalizar nuestras percepciones. El universo de los sentidos nos individualiza, la razón, en su aspecto más elevado, presiente la unidad del "todo en todos". Es por tanto lógico considerar que el artista, si desea transmitir algo más que sensaciones puramente físicas, ha de apartarse de lo meramente imitativo, pero no tanto que lo sensitivo no encuentre en nosotros algunos puntos de contacto y de referencia.
No ha de quedarse tan sólo en el nivel de la conciencia sensorial, dicho de otro modo: no ha de limitarse a las formas y colores que evoquen aspectos de la realidad exterior.
Se trata, evidentemente, de alcanzar, si ello fuera posible, realidades más amplias e insospechadas. A tal fin, uno de los elementos que más me interesa desarrollar, es el símbolo.
¿Qué es un símbolo?Un símbolo es, antes que nada, la concreción gráfica de una pluralidad de conceptos que, en ocasiones, ni siquiera pueden ser expresados o reflejados mediante palabras. El símbolo presenta aspectos transcendentes, vinculados desde tiempos inmemoriales con el propio hombre. El símbolo, al igual que un diapasón, es capaz de hacer vibrar fibras muy íntimas de nuestro ser, es capaz de poner en funcionamiento fuerzas y aspectos que actuan sobre todo a nivel inconsciente.
Una gran parte del arte del siglo XX ha sido despojada de los elementos simbólicos, tan connaturales, por otra parte, con la producción artística del pasado. De este modo el arte de nuestros días ha perdido en gran medida su vinculación con los aspectos más profundos y transcendentes del ser humano. Como consecuencia, encontramos con harta frecuencia que, tras el aspecto novedoso de muchas obras artísticas existe tan solo retórica, falsa apariencia, moda. Resulta así un arte repetitivo, aburrido, sin capacidad de sugerencia y, claro está, sin la ambigüedad de interpretación o, mejor dicho, sin los diferentes niveles de interpretación que aportan las obras no despojadas del componente simbólico.
No es por ello la novedad a toda costa, la extravagancia delirante, la apariencia formal, el eje de mis investigaciones plásticas, sino una lógica transformación interna, una intención de acceder a niveles más profundos de conciencia a través de un "nuevo simbolismo" .
Jesús Zatón, Marzo 1998
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